Tengo derecho a decidir qué comen mis hijos

El convencimiento de que «los más pequeños de la casa», nuestros hijos, deben tener una alimentación saludable para que su desarrollo se produzca en plenitud de facultades, va calando poco a poco, pero irreversiblemente, en nuestra sociedad. Y ello es debido en gran medida a la cantidad de información que, en ese sentido, llega hoy en día hasta los padres, procedente de organismos oficiales, colegios, hospitales, ambulatorios, etc., a través de los diferentes medios de comunicación actuales: redes sociales, blogs, radio y televisión, prensa y revistas,…

Sin embargo, debemos ser muy muy conscientes de que esos mismos medios de comunicación sirven también de plataforma publicitaria al lobby de la alimentación, que nos inunda los ojos y los oídos con productos y hábitos manifiestamente insanos, a los que envuelve con una apariencia y unos mensajes «saludables» que, en el mejor de los casos, serían denunciables por fraude, y en el peor de los casos, serían también denunciables, por atentar contra la salud de las personas.

Pero, como decimos, gracias al esfuerzo de muchos profesionales y personas responsables, hay cada vez más familias que consiguen vencer toda esa presión mediática que les empuja hacia el consumo de comida basura, y deciden apostar firmemente porque sus hijos se alejen (en la medida de lo razonable, claro está) de todos aquellos alimentos que no son sanos. Pero, una vez que superan esa barrera, se encuentran en multitud de ocasiones con otro muro que, si cabe, es aún más difícil de derribar: los familiares, los amigos, los vecinos, y toda clase de conocidos, que expresan «opiniones-sentencia» con respecto a la alimentación de los niños, totalmente convencidos de que se encuentran en posesión de «la verdad absoluta» sobre el tema.

Veamos a continuación algunas de esas opiniones y situaciones habituales a las que casi todos los padres se tienen que enfrentar alguna vez en la vida, y comentaremos en cada caso cómo se puede hacer frente a esos comúnmente conocidos «argumentos de cuñado».

SITUACIONES COMUNES

Lactancia materna prolongada

La gran mayoría de nuestra sociedad acepta sin ningún tipo de duda que el amamantamiento de los recién nacidos es la mejor alimentación que se les puede dar hasta pasados unos pocos meses de vida. Sin embargo, cumplidos esos meses, que cada cual considera a su propio criterio, no es raro que una mujer tenga que empezar a oír, cada vez más a menudo a medida que el crío se va haciendo mayor, la odiosa preguntita-sentencia de «pero… ¿no es ya muy mayor para seguir mamando?». Pues bien, tengo comprobado que en casi todos (por no decir todos) los casos en que he sido testigo de semejante crítica o juicio de valor (que, al fin y al cabo, es lo que la dichosa pregunta es), resulta que no, que el niño no solo no era muy mayor para mamar, sino que más bien era muy pequeño para dejar de hacerlo. La OMS (Organización Mundial de la Salud) y otros muchos organismos oficiales de gran reputación, aconsejan y promueven con insistencia que la lactancia materna de los bebés se prolongue hasta los dos años de edad, ya que ello conlleva importantes beneficios tanto para el niño como para la madre.

«¿Qué puedo responder en este caso?»

Para ser sincera, la primera respuesta que se me viene a la cabeza es la respuesta visceral: cuando unos padres deciden dar de mamar a su hijo, ¿acaso usan las tetas de otras mujeres? ¿O acaso cogen a otros niños ajenos y les obligan a tomar el pecho? No, ¿verdad? Son sus tetas y es su hijo, así que están en su pleno y absoluto derecho de hacer lo que consideren más apropiado para cuidar de su retoño. O sea que, básicamente, la respuesta más inmediata que se me ocurre es: «¿Y no es Usted ya demasiado mayor para saber cuándo le han pedido su opinión, y cuándo no debería meterse en lo que no es de su incumbencia?».

Pero como soy plenamente consciente de que tal contestación no se considera hoy en día como «políticamente correcta» (hay muchísima gente que tiene «la piel muy fina»), y es mejor no hacerse enemigos, optaré entonces por ofrecer unas cuantas respuestas… asertivas, que aluden todas ellas a los beneficios que conlleva la lactancia materna.

«Sigo dando de mamar a mi hijo porque…

…así estoy reforzando enormemente su sistema inmunitario, y con ello, lo estoy protegiendo de la mejor manera posible contra futuras enfermedades».

…está científicamente demostrado que la lactancia materna prolongada reduce las probabilidades que tengo yo de sufrir cáncer de mama y de ovario, y diabetes tipo 2».

…mi leche es mucho más saludable, y sobre todo, mucho más barata, que cualquier leche artificial de lactancia».

Baby Led Weaning

Es cada vez mayor el número de familias en las que se decide adoptar esta metodología a la hora de empezar con la alimentación complementaria del bebé. El Baby-Led Weaning (BLW) consiste en ofrecer al niño alimentos cortados en pequeños trozos, y que sea él mismo quien los coja, y los toque, los palpe, los huela, los pruebe y se los coma a su conveniencia.

Está demostrado que los beneficios de este método de aprendizaje y alimentación son múltiples:

  • Contribuye al desarrollo motriz del niño, ya que debe aprender a llevar sus manos desde «la mesa» a la boca, para poder comer.
  • El niño aprende a autorregular su hambre, comiendo solo hasta que se siente saciado (capacidad esta que la gran mayoría de los adultos de hoy en día hemos perdido, debido a que nuestros padres se encargaron de decidir, en lugar de hacerlo nuestro propio cuerpo, cómo de grande tenía que ser nuestro estómago; ¿a qué adulto no le suena familiar la frase «hasta que no te comas todo lo que te he puesto en el plato, no te levantas de la mesa?»). Ello hará que el «peque» sea menos propenso a la obesidad cuando vaya creciendo.
  • El niño aprende a diferenciar rápidamente los alimentos, creando asociaciones entre colores, formas, texturas, olores y sabores (cosa que resulta completamente imposible en un puré).
  • Y lo que a mí me parece uno de los beneficios más importantes de esta técnica: el niño percibe el acto de comer como algo divertido, ya que se le otorga la libertad de decidir por él mismo —cosa nada habitual a su edad— qué comer (de entre lo que se le presenta en el plato), y cuánto comer.

Evidentemente, el BLW tiene sus inconvenientes, que son precisamente a los que recurre la gente cuando quiere manifestar su opinión (casi siempre, sin que se le haya pedido) en contra de dicha práctica:

  • «¡Uffff, madre mía! ¡Esa niña está poniendo todo perdido!».

Sí, qué duda cabe de que un bebé de pocos meses, intentando comer él solo, con sus manos, va a ensuciarse bastante (y sobre todo, las primeras veces) él mismo, y manchará también todo alrededor del lugar en el que esté sentado.

  • «Con la tontería de que coma ella sola, al final esa niña no ha comido nada».

(«¡Olé sus narices, diga Usted que sí! ¡Así, sin juzgar ni nada nuestra decisión!»). Pues sí, es más que posible que muchas veces, el niño coma poco o muy poco de lo que se le ofrece en el plato; pero… ¿acaso no hemos dicho al principio de este apartado que el BLW es una metodología de alimentación COM-PLE-MEN-TA-RIA? Pues eso, lo que haya podido comer el niño por sí mismo, será solamente el complemento a otro tipo de alimentación.

  • «Toda la vida se ha empezado dando purés a los niños, y no por eso se ha llenado el mundo de adultos que no saben comer ellos solos, sin ayuda».

Y claro, como es lo que se ha hecho durante toooooda la vida, eso es sin duda alguna lo mejor; punto, se acabó la discusión. ¡¡«Argumento de cuñado» wins!!

En fin… Solo hay que fijarse en qué comen y cómo comen muchos de esos adultos, para darse cuenta de que, quizás y solo quizás, algo podía haberse hecho de mejor modo en su educación.

  • «No saben ni contener la baba dentro de su boca, pero resulta que deben decidir ellos mismos lo que comen».
  • «¡Qué se va a atragantar! ¡Que se va a ahogar!».

«¿Qué puedo responder en este caso?»

Para cada una de las anteriores objeciones, se me ocurren las siguientes respuestas… solo aconsejables si lo que se quiere es resultar cortante (¿maleducado, tal vez?; ¿desagradable, acaso?), con el riesgo que ello tiene de crear una situación algo… tensa:

  • «Tranquilo/-a, que no vas a ser tú quien lo limpie luego todo; es mi hija, es mi decisión, y en consecuencia, ya me encargo yo de recoger y fregar todo… para que quede más limpio de lo estaba». (¡Zasca!)
  • «La niña ha comido ni más ni menos que lo que necesita para aprender por sí misma sobre su saciedad; no como tú, que normalmente comes bastante más de lo que necesitas». (¡Zaaaaasca!)
  • «Claro, sí, es verdad, toda la vida se han dado purés… Son mundialmente famosas las batidoras y los pasapurés que se encontraron en la cueva de Altamira, sí». (No hay nada como tirar de ironía para soltar un buen zasca).
  • «A lo mejor si a Usted le hubiesen dejado decidir qué comer cuando era así de pequeño, ahora de mayor sabría decidir bien cuándo es conveniente contener sus opiniones dentro de su cabeza y de su boca». (¡Zas!)
  • Y para la advertencia sobre el riesgo de atragantamiento… No, para eso no hay ningún zasca posible; tienen razón, y punto. Pero igualmente se puede ofrecer una contestación que nos reafirme en nuestro propósito, como veremos a continuación. Aunque también ocurre muchas veces que esa misma persona que se echa las manos a la cabeza porque cree que la criatura se va a ahogar irremediablemente con lo que tú le das, resulta que unas horas antes, o unas horas después, le está ofreciendo al niño gusanitos, o un Chupa-Chups, o te dice que le des un cuscurro de pan para que se entretenga (y sí, entonces es cuando deberías tener derecho a poder estrangular a esa persona).

Como hemos dicho, las anteriores respuestas no son las que más nos van a ayudar a defender nuestra posición de una forma… amigable, digamos; así que ahí van otras posibles réplicas que, expresadas con seguridad y rotundidad en lo que se afirma, tal vez sean más convincentes y surtan más efecto en mentes ajenas que un agresivo zasca:

  • «Sí, ya sabemos que lo pone todo perdido, pero no por ello queremos renunciar a que aprenda de este modo. Intentamos minimizar los “daños” que pueda causar, poniéndole baberos grandes e impermeables, que recogen bastante bien los restos de comida que caen, y que se pueden lavar con facilidad. Además, intentamos sentarla en un sitio en el que sea complicado que pueda manchar algo delicado de limpiar, y en el que luego se pueda recoger, barrer y fregar todo de manera rápida y sencilla».

A este respecto, cabe también indicar que, dado que hay que estar pendiente del crío para ver lo que come, cómo lo come, y para poder reaccionar rápido en caso de atragantamiento, pues se puede tener cierto cuidado, e intentar ensuciar lo menos posible, siempre, claro está, dentro de lo razonable para poder aplicar el BLW como se debe hacer.

  • «Entiendo que te parezca que la niña ha comido muy poco, pero debes tener en cuenta que, primero, su estómago es muy pequeño, y seguramente, lo que a ti te parece muy poco, para ella es suficiente o casi suficiente. Y segundo, que no solo va a comer eso; eso es tan solo complementario —es decir, un complemento— a la leche; es para que vaya aprendiendo a comer bien y de todo, pero no es lo único que va a comer (o que ha comido). Así que estate tranquilo/-a, que la nena está bien nutrida, te lo aseguro».
  • «Sí, nosotros también le damos purés… pero además queremos dejarle comer así, para que vaya aprendiendo cómo son los alimentos, qué color, qué olor y qué sabor tiene cada uno de ellos, porque creemos que de esa forma, se incentiva su curiosidad y sus ganas de probar cosas, y probablemente, así sea mucho más capaz de crecer teniendo una alimentación sana, y sobre todo, variada».
  • «Somos del todo conscientes del riesgo de atragantamiento que existe, y por eso estamos continuamente pendientes de ella mientras intenta comer. Además, también hemos asistido a cursos prácticos de primeros auxilios para bebés, lo que nos permite reaccionar de forma inmediata y segura en caso de que se produzca un atragantamiento grave. Y por supuesto, siempre hacemos esto (el BLW) pensando en su seguridad, y le preparamos alimentos que creemos que ya puede intentar tragar, con la textura, la dureza y el tamaño que entendemos que supone un peligro mínimo para ella».

Ofrecimiento de alimentos insanos

En muchas ocasiones los padres se tienen que enfrentar a la situación en la que al niño le ofrecen un alimento insano como premio por algo que ha hecho bien, o simplemente, para intentar agradarle o ganarse su confianza; por ejemplo, cuando en un restaurante le regalan una piruleta o cualquier otra golosina como recompensa por haberse comido toda su ración, o cuando en una tienda le ofrecen algo de bollería industrial «si me das un beso», o «si me dejas ver esos ojos tan bonitos que me han dicho que tienes».

Los padres que han apostado firmemente por la alimentación saludable de sus hijos, tienen muy claro que no quieren que estos consuman ese tipo de alimentos, pero se ven casi forzados a dejar que el «peque» coja lo que le dan, por no hacerle un feo al adulto que se lo está ofreciendo.

La casi obligación de tener que permitir que el niño acepte el regalo insano, es aún más acentuada cuando quien hace el ofrecimiento es un familiar o un amigo, dado que ahí nos importa aún más que esa persona pueda tomarse nuestra negativa como un menosprecio.

«¿Cómo puedo reaccionar en este caso?»

Creo que este tipo de situaciones son las más complicadas de resolver, digamos, de una forma exitosa para los intereses de los padres, ya que la persona que le ofrece al niño el «alimento-basura», no está intentando imponer su criterio sobre lo que cree mejor para el crío, sino que simplemente pretende agradarle con algo que seguramente le va a gustar, sin saber que realmente puede estar haciendo un flaco favor a la educación que intentan darle sus progenitores.

En mi opinión, hay dos posibles reacciones adecuadas ante esta situación que estamos comentando, dependiendo de la frecuencia con que se produzca:

  • Si el ofrecimiento es algo puntual —por ejemplo, en un lugar al que solo vamos muy de cuando en cuando, o en un sitio que solemos frecuentar, pero en el que la situación tiene lugar de forma circunstancial, o por algo especial—, entonces casi lo más sencillo es dejarlo pasar, y permitir que el niño coja la chuche y haga con ella lo que quiera.

Si empieza a comérsela de manera inmediata, dejémosle que lo haga y que coma lo que le apetezca; hoy en día, es imposible aislar completamente al niño de ese tipo de alimentos nada saludables (de una u otra manera, al final van a llegar hasta él), y prohibirles continuamente y por sistema su consumo, sin que aún entiendan bien por qué no deben comerlos, puede generar en ellos una curiosidad y un interés por «lo prohibido», que justamente haga que los ansíen con insistencia.

Si el niño acepta la golosina pero no le hace mucho caso, entonces lo mejor puede ser intervenir con cierta rapidez y habilidad, y decirle al crío que se la guardas para más tarde; es muy probable que si tu hijo ha reaccionado con tan poco entusiasmo ante la chuchería, nunca más se acuerde de ella, y por supuesto, tú tampoco harás por recordarle que la tienes.

 

  • Si el ofrecimiento es algo habitual, entonces, sin ningún tipo de duda, se debe rechazar, eso sí, intentando siempre que la persona que ofrece no se sienta agraviada. Para ello, pueden emplearse frases como las siguientes:

«Muchas gracias, de verdad, pero es que estamos intentando que la niña no coma tantos dulces».

«Muchas gracias, pero creemos que aún es muy pequeña para que coma ese tipo de alimentos con tanta frecuencia».

«Te lo agradecemos de veras, pero no queremos que asocie el hecho de venir aquí con que se le permita siempre comer ese tipo de productos».

Recordad: como progenitores que sois de vuestros hijos, tenéis derecho a decidir qué queréis qué coman, cuándo queréis que lo coman, y cómo queréis que lo coman. No os dejéis influenciar por opiniones externas, si estáis plenamente convencidos de que el tipo de alimentación que habéis elegidos para ellos es la mejor que le podéis dar.